Dos enfermedades iguales se hacen
distintas según sean las emociones de quienes las padecen y por lo tanto los
remedios han de ser recomendados según sean dichas emociones.
Las emociones negativas como el miedo,
fracaso, pesimismo, negatividad, trauma, ira, tristeza, etc., generan una
reacción en el cuerpo humano, que lo desequilibra y crean las condiciones para
el desarrollo de la enfermedad en sus diferentes manifestaciones.
La medicina alopática solo tiene puesto
los ojos en la anatomía, la fisiología, la química, la física, que contribuyen
a un punto de vista materialista, por el cual solo existe, para ella, el cuerpo
y la enfermedad sin tener en cuenta la parte más esencial del paciente: sus
emociones.
Según Kent, el notable homeópata americano, decía
que «el estado mental del paciente es el que decide la medicación». En todas
las enfermedades denominadas corporales la condición del carácter y de la mente
siempre está alterada. Sin embargo no es necesario estar enfermo para
experimentar ciertos estados emocionales como ansiedad, miedo, enojo o tristeza
ya que estas son emociones universales inherentes en el ser humano.
La única y verdadera forma de
comprender un determinado caso clínico es abarcando, no solo los síntomas
físicos, sino también toda la personalidad del paciente y Hahnemann dijo
«Tomar en consideración su carácter moral e intelectual, su ocupación, modo de
vida y hábitos, sus relaciones sociales y familiares, su función sexual, etc.,
será lo que nos pondrá en el camino de iniciar una terapéutica adecuada para su
sufrimiento».
Edward Bach,
creador de la terapia floral dijo «La enfermedad no es material en su origen,
en gran medida se refiere al hecho de que las emociones negativas producen un
desequilibrio que conduce a la enfermedad, por lo cual, la acción terapéutica
debe estar dirigida muy especialmente a transmutar dichos estados anímicos por
aquellos contrarios y así dar lugar a que se pongan en marcha los procesos de sanación».
Las artes curativas estimulan las
emociones positivas tales como la alegría, esperanza, el amor a fin de que el
paciente logre su recuperación más rápidamente. No hay enfermedades sino enfermos Hace Años me hice cargo, en un hospital
privado, de una sala de operados quirúrgicamente de próstata. En una de las habitaciones yacía un hombre amargado.
Llevaba seis meses encerrado en la habitación con su herida quirúrgica
totalmente abierta y por donde se le escapaba sin cesar la orina. Este hombre
era despreciado por todo el personal de dicho hospital derivado del mal
temperamento que le ocasionaba la situación.
El primer día que lo visité para
hacerle la cura me recibió con su mal temperamento, sin embargo lo sorprendí
sentándome a los pies de su cama e inicié una conversación interesándome por su
vida, su largo ingreso. Le di ánimo y esperanza en un restablecimiento rápido.
Los siguientes días ya me esperaba con ilusión y se alegraba de verme y me
decía, –lo recuerdo perfectamente como si fuera hoy y aún me emociono–, «nadie
me ha tratado como tú lo haces y espero con impaciencia el verte cada noche».
A los veinte días su herida, para
sorpresa de todo el hospital, estaba totalmente cerrada y fue dado de alta. El
método físico de cura fue el corriente que todos los profesionales anteriores
aplicaron, pero les faltó el gran medicamento de la esperanza, el amor, la
alegría…
Fernando Guirado
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